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Riqueza librera de Enrique Florescano

Durante la FIL Guadalajara 2018, Enrique Florescano recibirá el Homenaje al Bibliófilo. En esa ceremonia, el reconocido historiador mexicano revelará el destino de su acervo


“Nunca me preocupé por libros incunables o primeras ediciones”, dice Enrique Florescano (Coscomatepec, Veracruz, 1937) mientras repasa los más de 19 mil libros que ha reunido a lo largo de su vida. La biblioteca del historiador y editor es un ente casi vivo, variado, avasallador, un compendio total de la historia de México que al mismo tiempo revela su formación, su vida como profesor y alumno, pero también su prolífica actividad intelectual y amistosa.

Tres aspectos han definido la vocación bibliófila de Florescano: primero, la influencia familiar más remota; después, una vida intelectual y profesional de más de seis décadas; y por último, quizás la más importante, las decenas de maestros de los que ha aprendido, los miles de amigos que no sólo han compartido vida sino también conocimientos. Los libros de toda la vida han valido al historiador recibir el Homenaje al Bibliófilo que cada año entrega la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

Mi biblioteca es un árbol que creció desde esas raíces de la familia, la educación en Xalapa, en Francia, en El Colegio de México y, luego, del enriquecimiento que me dio el estudio de la historia de México. Todo lo que yo he hecho es enriquecerme con el conocimiento de México, soy un producto de ese conocimiento, de esa riqueza diversa, plural y tan extensa como es la historia mexicana”, dice en entrevista.

Toda la casa de Florescano ha sido ocupada por los libros, incluso la recámara a la que llegan sus hijas de visita. Hace más de 40 años vive en Cuajimalpa, pero ahora la casa ha empezado a vivir una transformación: el historiador y su esposa, Alejandra Moreno Toscano, han decidido mudarse, y sólo llevarán consigo unos dos mil libros; el resto será entregado en donación a una “muy importante” institución educativa que será revelada durante el acto de reconocimiento que recibirá en Guadalajara el especialista en religión de las culturas antiguas mexicanas.

Florescano ha sido testigo de toda la historia cultural mexicana de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va de esta centuria; los libros fueron llegando y acumulándose a raudales y él acabó formando parte de ese selecto circuito intelectual de los que gustan adquirir libros, pero en muy pocas ocasiones lo hizo exclusivamente por el objeto en sí: la manía bibliófila del historiador siempre ha estado ligada a la utilidad del libro, de lo que en él se puede encontrar, de lo que representa para el pensamiento y para su gran pasión: el conocimiento de la historia de México.

Los padres de Florescano (Armando y Teresa) fueron maestros rurales que llegaron a vivir de Xalapa a Coscomatepec: “Vivíamos ahí arrinconados, mi papá llevaba los periódicos, revistas, historietas, libros. Yo comencé a leer con mis tías abuelas, aún a la antigua, me enseñaron a leer en el silabario y ya después entré a la primaria. Después mis padres se trasladaron a Córdoba y mi papá compró una colección fantástica de divulgación de la ciencia, de la historia, de la filosofía: los Breviarios del Fondo de Cultura Económica. Yo tenía unos 15 años”.

Desde entonces, el futuro historiador  vio en el libro la posibilidad de acceder a otros mundos y, con ello, comenzó a estudiar derecho en Xalapa, pero no tardó en hallar en la historia su vocación: “Fue una decisión importante: mi papá había hecho el esfuerzo para que yo estudiara derecho, pero rompí. Internamente fue una gran decisión. Mi papá me dejó de hablar un año, pero encontré la apertura a un mundo diferente, el de la historia, de estudiar al otro, al diferente a nosotros; desde entonces me enamoré de la historia mexicana”.

Como estudiante de historia comenzó a cultivar amistades. Se hizo amigo de Gonzalo Aguirre Beltrán y conoció a maestros como José Gaos y Edmundo O’Gorman. Otro vuelco en su vida llegaría cuando ingresó a El Colegio de México. “Me encontré otra vez con Gaos, con José Miranda, Luis Villoro, Luis González, Ignacio Bernal, Rafael Segovia, geógrafos, historiadores, antropólogos, filósofos que me abrieron nuevos caminos”. Junto con las amistades crecieron los volúmenes: “Mi biblioteca se fue ampliando hacia esos rumbos que me marcaron mis maestros; siempre fueron fundamentales en mi formación como historiador pero, sobre todo, en la amplitud de miras hacia el mundo”.

Florescano conoció al empresario Ricardo J. Cebada, quien le pidió conformar una biblioteca elemental sobre historia de México. De ahí nacería su célebre libro México en 500 libros, que sirvió de base para muchas bibliotecas. Después formó parte del grupo que editó la célebre colección popular SepSetentas, ordenada por Aguirre Beltrán. “Hice 133 libros de esa colección, que es de más de 300 títulos, y para eso busqué en las bibliotecas de EU, en las tesis que había sobre México y las traducimos al español”.

En cada momento los libros han estado en la vida de Florescano, ya sea como proyectos editoriales o como herramientas de estudio.

—¿Frecuentaba libreros?, se le pregunta. “Conocí a todos los viejos y grandes libreros de México. Los Porrúa, en los años 50, 60. Detrás de la librería había unas bodegas a las que sólo dejaban entrar a los que ya habían comprado, que reconocían como compradores de libros; me metía en esos laberintos. También compraba en Zaplana, que estaba en lo que ahora es Eje Central. Ahí estaban todos los libros de América Latina: Argentina, Chile, Brasil. Ahí leí, gracias a José Emilio Pacheco, a Jorge Luis Borges, a los grandes escritores sudamericanos”.

—¿Sigue comprando libros? “Siempre, esto no tiene remedio. Mi esposa es historiadora, pero se interesó mucho en la historia urbana. Siempre salgo con algo: para mí, para mi esposa, para mis nietas. Si voy a una librería, veo las novedades. Ya no quiero comprar, pero si hay un libro importante para los campos que estoy estudiando, termino comprándolo”.

Fuente: Excelsior

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