OPINIONES

Los frutos del moral

Por: Mgter. Edgar Acosta Morteo


Gonzalo Santos Rivera, ex gobernador de San Luis Potosí (1943-1949) y quien fue militante del Partido Nacional Revolucionario; dio vida a uno de los dichos atribuidos al priismo y que viene como anillo al dedo para visibilizar, una vez más, el grave problema de corrupción que lastima a nuestra nación. Recordemos este supuesto diálogo que da vida a una frase conocida por muchos:

-¿Qué es la moral?- pregunta un priista.

– Es un árbol de que da moras- le contesta otro.

LA MORAL ES UN ÁRBOL QUE DA MORAS…

Atribuir este desapego  al conjunto de costumbres o normas comúnmente aceptadas que conducen el comportamiento del hombre en sociedad al priismo, es una irresponsabilidad y una declaración falsa, pues la mayoría podemos coincidir que esta forma de pensar representa más a una clase política y no a un partido de manera exclusiva. También digo “una clase política”, porque no se le puede atribuir a todos de manera general.

La administración de Enrique Peña Nieto, seguramente será recordada, entre otras cosas, como el momento en que “una clase política”, muy amplia por cierto, rompió por completo con los valores que identifican a nuestra sociedad e incumplieron con su mandato para buscar el bienestar común; buscando satisfacer solo los intereses de grupo.

Ponerle nombres y apellidos a la cúpula de esta “clase política” ya es algo trillado, pues es claro que cuando hablamos de corrupción en los más altos niveles de gobierno, nos referimos a los casos de Rodrigo Medina (NL), Andrés Granier (Tabasco), Mario Anguiano (Colima), Egidio Torre Cantú (Tamaulipas), Humberto Moreira (Coahuila), Guillermo Padrés (Sonora), Ángel Aguirre (Guerrero), y los que más han robado cámara en los últimos meses o han sido la nota de todos los días, son evidentemente César Duarte Jáquez de Chihuahua, Roberto Borge de Quintana Roo, Roberto Sandoval de Nayarit y el flamante ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, entre otros más que complementan esta larga lista.

Todos ellos enfrentan cargos por peculado, lavado de dinero o desvío de fondos y algunos han logrado manipular la ley a su favor para protegerse o proteger a quienes han sido cómplices del daño que han causado al país. Todos ellos unos inmorales.

Es preciso señalar que la corrupción política no significa necesariamente dinero público en manos de una persona, sino también es tráfico de influencias, pago de favores, engaño, incumplimiento del deber, especulación, encubrimientos o acciones que vinculen con grupos criminales.

Lo anterior, hace que la lista de esta “clase política” enemiga de los mexicanos sea interminable e imposible de incluir en estas líneas.

Ahora bien, ¿cuál es el saldo que deja esta clase política conocida también como la nueva generación?          

Los desvíos que realizaron superan los 300 mmdp, pero ese desfalco al erario público no es lo más grave. Hay cosas que lastiman más, que hieren más, que duelen más, que ofenden más y que lamentablemente han ocasionado pérdidas irreparables.

Hagamos una regresión breve al año en que Peña gana la presidencia, y vayamos recorriendo hasta llegar al estado actual de este mal que se ha incrustado en el torrente de nuestro sistema.

Después de haber ganado la elección de 2012, el Presidente Enrique Peña Nieto, publicó un artículo titulado “El comienzo del cambio”. En esta publicación mencionó que tenía la prioridad de convocar a la sociedad civil, a los partidos políticos y organizaciones sociales para impulsar tres iniciativas que tenían en su núcleo combatir la corrupción.

Más tarde, en febrero de 2015, Peña dictó un conjunto de acciones ejecutivas para prevenir la corrupción y los conflictos de interés. Pero recordemos que para entonces, la corrupción ya había dejado sus huellas en la administración de Enrique Peña Nieto con escándalos como el de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la casa blanca y la casa de Malinalco. Por otra parte, estos integrantes de la “nueva generación” ya habían saqueado sus estados, pasaron por encima de la voluntad  de sus gobernados, insultaron a la población con sus excesos, arrebataron la esperanza, mataron las aspiraciones, incrementaron las deudas públicas, sembraron el miedo, instalaron el crimen y manosearon la ley a su antojo.

El impacto de esta endemia ubicaba a México en el lugar 100 de 168 países dentro del Índice de Percepción de la Corrupción en 2011, de acuerdo con el reporte de Transparencia Mexicana. En 2016 México retrocedió varios puestos, ubicándose en el lugar 123 y en el último lugar de los países que integran la OCDE. Pero más que una pésima evaluación que se realiza sobre una serie de indicadores, en México había un malestar generalizado, una sociedad totalmente hastiada de “una clase política” protegida que violó la dignidad de un pueblo y quebrantó sus valores.

De esta manera, llegaron los comicios de 2016 en varias entidades del país que revelaron el inicio una debacle de los partidos hegemónicos.

A semanas de que culmine la administración de Peña Nieto, el saldo en materia de corrupción es NEGATIVO. Así también, la confianza en las instituciones es nula, pues contamos con cifras negras que demuestran la poca credibilidad de la población en las instituciones de impartición de justicia. México hoy se ubica en la posición 135 de 180 países evaluados en materia de corrupción. A nivel regional, el país se ubica en las peores posiciones de América Latina y el Caribe. Junto a Rusia, somos el peor evaluado del G20 y el peor evaluado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo OCDE.

Los resultados son muy claros y México no confía más en esta “clase política”. El riesgo es mayor cuando la corrupción ocasiona que el mundo no confíe en México. Y lo peor, es cuando no existe un castigo contundente sobre quienes infringieron la ley.

En unas semanas Peña Nieto saldrá del gobierno y no tengan duda que se irá recogiendo los frutos caídos del moral.


El Corresponsal, en el lugar de la noticia.

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