MUNDO

El muro que sigue dividiendo

A 30 años de la caída del muro de Berlín, las naciones siguen construyendo vallas


Se cumplen 30 años de la desaparición del Muro de Berlín, pero todo parece indicar que la división entre los alemanes permanece sin barreras físicas.

La liberalización, la globalización, la apertura democrática y la libre movilidad de los ciudadanos en el nuevo mundo en el siglo XXI trajo consigo la idea del fin de las fronteras.

Sin embargo, la caída del Muro de Berlín, la máxima expresión de la Guerra Fría, acarreó la proliferación de la construcción de imponentes vallas que, justificados en conflictos militares, migración y el terrorismo, se han levantado para separar más al mundo.

La Universidad canadiense de Québec contabiliza “75 muros construidos o anunciados”, frente a unos 15 que había en 1989. Incluido el de la frontera entre México y Estados Unidos.

En cuanto a Alemania, el AfD, un partido populista de derecha y xenófobo que ha sabido capitalizar el descontento en el Este del país, nada tiene que ver con la ideología que dirigió la antigua RDA (República Democrática Alemana) durante 41 años, pero ha tomado la bandera del descontento para dividir a la Alemania moderna.

En el Este de ese país, los dirigentes comunistas decretaron en 1952 una zona de prohibición de diez metros de ancho a lo largo de la frontera con la República Federal de Alemania (RFA), con vallas de alambres de púas y puestos de vigilancia.

El dispositivo tenía una falla: Berlín quedó dividida en dos partes –una bajo control soviético, la otra occidental– entre las cuales se podía circular sin mayor dificultad. Unos tres millones de personas lograron encontrar refugio en la RFA a través de Berlín Oeste entre 1952 y 1961, huyendo de la RDA.

El muro, bordeado al Este por una tierra de nadie, medía 155 kilómetros. Estaba compuesto de hormigón armado y en algunas partes por vallas metálicas.

Después del desempleo masivo y las privaciones, tras el colapso de la economía socialista durante los años de transición de los 90, la economía en el Este de Alemania se recuperó.

Las identidades regionales se estaban suavizando: el Instituto Allensbach, una encuestadora, encontró que desde 2000, más personas en ambos lados de la antigua frontera se identificaban simplemente como “alemanas”.

Luego llegó la crisis migratoria, todos los alemanes reaccionaron con enojo a la decisión de la canciller Angela Merkel, en septiembre de 2015, de permitir la entrada de más de un millón de refugiados

La crisis ha pasado y la rabia se ha enfriado, pero persiste la cicatriz en la forma de gran apoyo al partido xenófobo AfD y por el contrario la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), de Merkel, se desinfla a tal grado que la canciller ya anunció que dejará el cargo.

La creencia tradicional dice que la revolución de 1989 vino por parte de las masas de alemanes orientales que estaban hartas de un gobierno totalitario.

Recientemente en el periódico The Frankfurter Allgemeine Zeitung, el historiador Ilko-Sascha Kowalczuk argumentó que la revolución fue impulsada por un pequeño número de grupos activistas, y que los “ciudadanos normales” observaban “atrás de las cortinas y esperaban a ver qué pasaría”.

Fuente: Heraldo

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