OPINIONESPORTADA

Leer para pensar, pensar para progresar

Por Adrián Vázquez Parra

Hoy en día parece que la sociedad, y principalmente los sectores juveniles, tiene una severa aversión a la lectura. Cada vez son más escasas las personas que dedican parte de su tiempo a la lectura de libros, revistas, columnas, artículos -científicos o de opinión-, ensayos o, al menos, notas informativas. Cuando mucho, estamos dispuestos a leer algunas cuantas líneas, muy pocas en realidad, antes de pasar a otra cosa “más importante”.

Los medios digitales visuales han monopolizado nuestra atención y se han ubicado en la cima de nuestra pirámide de preferencias en lo que hace al consumo de contenidos. Las redes sociales, en especial Instagram, Facebook y Twitter -en ese orden de importancia- y ahora Tik Tok, se ubican como los principales medios de información, interacción y difusión de mensajes para la población. Insisto, principalmente para los más jóvenes.

El problema de estas plataformas, que también tienen beneficios sustantivos, es su proclividad a la simplificación de las cosas, su tendencia a la reducción del sentido de los contenidos y su estructura basada en la inmediatez, la brevedad y la síntesis -mucha veces excesiva-. Como productos de la era de la postverdad, no están orientadas a discernir entre la calidad de los contenidos y la veracidad de la información, su principal objetivo es satisfacer las demandas de su audiencia, aún cuando esta requiera productos que llegan a ser irracionales, falsos y superfluos.

La lectura es una actividad noble y con una amplia carga de beneficios cognitivos, lingüísticos, racionales, formativos e, incluso, de una experiencia casi vivida de otros tiempos, otros lugares y otras vidas. La lectura nos permite adquirir vocabulario, elevar la complejidad de nuestra estructura de pensamiento, ampliar nuestro criterio y dar objetividad a nuestros juicios y valoraciones. Leer nos da la oportunidad de ampliar, fortalecer y dar mayor objetividad a nuestras ideas, tener una perspectiva más amplia y clara de la realidad y contar con mayores opciones a la hora de tomar decisiones.

Por ello, el leer menos es una peligrosa trampa a nuestro pensamiento, a nuestra capacidad de razonar y a nuestra libertad de enriquecer nuestra mente con el fin de generar mejores ideas, planes, proyectos e innovaciones. El dejar de leer significa reducir nuestro vocabulario, tanto el externo -las palabras que pronunciamos- como el interno -las ideas que viven en nuestra mente-. Aquí esta el gran peligro de dejar de leer, dejamos de generar ideas.

Como apuntaba George Orwell en su ensayo, “Politics and the English Language” (Política y lengua inglesa), la calidad, profundidad y amplitud de nuestro lenguaje repercute en la calidad, amplitud y profundidad de nuestras ideas. Y, de nuevo, nuestras ideas repercutirán en nuestras palabras, generando un circulo vicioso o virtuoso, según corresponda.

Sociedades con pobreza lectora se convertirán en sociedades con ideas simples, vagas, de bajo perfil, pobres en esencia y reducidas en alcance, limitadas en sus aspiraciones y estrechas en su criterio. Serán sociedades limitadas por la pequeñez de su lenguaje, característica que se traducirá, indefectiblemente, en la dimensión minúscula de sus ideas.

El problema se vuelve aún mayor. Teóricos de la talla de Friedrich Von Hayek, Douglas North o Karl Popper, han apuntado que los cambios sociales, las transformaciones de la vida pública, se gestan de forma posterior al florecimiento de un clima intelectual cargado de ideas novedosas, disrruptivas o de vanguardia, que rompen con el status quo y generan cambios en la estructura social, política, económica o cultural.

No obstante, también apuntan que ese clima intelectual esta sustentado en una gran cantidad de lecturas realizadas -por parte de la clase intelectual pero también de la población en general- y en el análisis y comprensión de tales contenidos, en el trabajo formativo de las universidades y, en general, en el animo social por consumir conocimiento.

Así, la realidad colectiva se convierte en el producto de las ideas concatenadas de cada uno de los miembros de la sociedad. Las instituciones, la forma de gobierno que elegimos, el modelo económico que seguimos, la producción cultural, nuestros usos y costumbres; son un reflejo de nuestras ideas, ideas conformadas por palabras, palabras tomadas de los libros.

La reducción de nuestras lecturas, tanto en calidad como en cantidad, ergo, la reducción de nuestras ideas y palabras, amenaza con contraer de forma sustancial nuestras ideas, y, como resultado, limitar nuestra capacidad de construir instituciones, mejorar nuestro entorno, optar por mejores propuestas políticas, dirigir de mejor manera nuestra economía y, en resumen, buscar maneras adecuadas para vivir mejor.

Por otro lado, una sociedad que lee, que se informa, que busca información y, sobre todo, que la somete a escrutinio, que indaga su veracidad, que la compara y comprende, es una sociedad con mayores probabilidades de construir mejores escenarios mentales y, posteriormente, materiales.

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