OPINIONESPORTADA

“Dieta forzosa”

Adrián Vázquez Parra

No diremos nada nuevo, querido lector, al hacer mención de que cuando realizamos las compras diarias, o semanales, de los productos de consumo cotidiano en casa -la despensa-, nuestro presupuesto alcanza cada vez menos y los precios se encuentran por los cielos. El aceite, la carne, las verduras, el huevo, el aguacate. ¡Todo! Con una inflación superior al ocho por ciento, la gran mayoría de los hogares mexicanos no alcanzan a satisfacer las necesidades básicas de cada uno de sus miembros. Ya no hablemos del acceso a otros bienes o servicios.

Tampoco resulta novedoso decir, con base en las evidencias y análisis económicos, que aun cuando la ola inflacionaria afecta a prácticamente todos los países del mundo (Alemania y Estados Unidos viven una inflación que no padecían en décadas), este fenómeno monetario siempre pega más duro en las naciones de ingreso medio y bajo. Países en vías de desarrollo donde la población invierte un porcentaje mucho más alto de su ingreso, con respecto a la población de estados desarrollados, en la compra de insumos indispensables como los alimentos.

Lo que si es nuevo, y preocupante, es como una gran cantidad de personas, en todo el mundo, está migrando al umbral de la pobreza alimentaria, en sus distintas dimensiones o segmentos. Según el informe “El estado de la inseguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022”, el número de personas que padecen hambre aumentó en 2021 y llego a 828 millones de habitantes de la tierra. Esto significa un incremento de cerca de 46 millones de personas respecto a 2020 y un aumento de 150 millones con relación a la cifra oficial de 2019 -antes de la irrupción del Coronavirus en el mundo-.

Los datos antes mencionados significan que, en sólo dos años, casi 200 millones de personas (196), principalmente de países en desarrollo, como es el caso de México, se han sumado a las filas de personas que experimentan pobreza en la capacidad para consumir alimentos. Nuevamente, y aunque parezca reiterativo, debido en gran medida a los efectos de la pandemia y de la guerra entre Rusia y Ucrania que han afectado y alterado los precios de insumos básicos como los fertilizantes, la energía y los combustibles.

La pobreza alimentaria tiene una serie de definiciones que dependen, en mayor o menor grado, de la instancia u organismo que la define, sin embargo, el consenso dicta que esta se compone de tres dimensiones o categorías elementales. “Leve, grave y aguda”. Leve es aquella situación en la que los consumidores deben degradar la calidad de los productos que compran (buscar marcas más económicas por ejemplo). Grave es la condición que se presenta cuando se debe reducir la cantidad que se ingiere de un producto u omitir al menos uno de los tres alimentos del día. Por último, la pobreza alimentaria aguda es la que se presenta cuando, al menos un miembro de una familia, debe dejar de alimentarse por un periodo de tiempo prolongado.

Por si las cosas no fuesen ya bastante graves, “El programa mundial de alimentos” y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), han advertido recientemente que, con base en las tendencias actuales, la Inseguridad Alimentaria Aguda podría empeorar entre los meses de junio y septiembre del año que corre, en al menos 20 países o regiones del mundo.

Según datos recabados por el Banco Mundial, durante los dos primeros años de la pandemia del Covid 19, en 83 países un importante número de personas se quedaron sin alimentos o tuvieron que reducir la ingesta de los mismos.

La forma como se ha recrudecido este tipo de pobreza genera un impacto inmediato en otro problema que, por muchos años, ha aquejado a la población mundial: la desnutrición. El promedio mundial de prevalencia de desnutrición para el año 2021 se ubicó en 9.8 por ciento. En Africa la cifra y el problema se vuelve caótico llegando a un 20.2 por ciento. Aun cuando en América latina y El Caribe nos encontramos por debajo del promedio mundial, con 8.6 puntos porcentuales, la situación no esta salvada y, como se menciono anteriormente, al empeorar las cifras de pobreza alimentaria, indefectiblemente la desnutrición también podrá empeorar. En contraste, América del norte y Europa arrojan un porcentaje de 2.5, el más bajo del mundo. En 2015 el promedio de desnutrición en nuestra región era cercano al 5.5 por ciento. Un aumento de 3.1 por ciento en 7 años.

Si bien esta es una problemática que afecta a toda la población, el efecto mayor y de largo alcance es el que cobra sobre la población infantil y quienes se encuentran en edad escolar. Un deficit en la ingesta calórica tiene repercusiones severas en la capacidad cerebral para realizar las conexiones neuronales necesarias en el proceso de aprendizaje de las matemáticas, la física, una lengua extranjera o la historia. El proceso de aprendizaje en general.

Un niño o un joven que asista a la escuela sin consumir los alimentos necesarios, no podrá desarrollar de manera plena y óptima su potencial académico, técnico, profesional, artístico o deportivo. Cuando esos problemas se vuelven estructurales y afectan a un alto porcentaje de la población, el efecto perdurable será el de una sociedad menos capacitada, menos preparada, menos competitiva y, ergo, menos exitosa.

Back to top button
A %d blogueros les gusta esto: