OPINIONESPORTADA

El espejismo de la libertad

Adrián Vázquez Parra

El los últimos años, el mundo en general y América latina en particular, han virado nuevamente hacia la izquierda dentro del espectro de la política. Una izquierda política con tintes mas bien populistas que de la mano de personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin, Nicolás Maduro por supuesto, Daniel Ortega en Nicaragua, Díaz Canel en Cuba, Nayib Bukele en El Salvador, y muchos otros, representan un retroceso a los valores democráticos y liberales que habían conquistado, no con facilidad, nuestras sociedades.

El posicionamiento de estos lideres y sus regímenes, bajo la égida de la supuesta voluntad del “pueblo bueno”, se traduce, en todos los casos, en la corrosión paulatina de la democracia -institucional y vivencial- y en un debilitamiento de los sistemas de balance y contrapeso al poder ejecutivo. Esto a través de tácticas y estrategias como la polarización social, la demagogia de la confrontación, las falsas recetas simples ante problemas complejos y, sobre todo, la omnipresencia y gran capacidad resolutiva, cuasi divina, del líder -carismático en prácticamente todos los casos-.

De manera silenciosa -pero no menos efectiva- este clima político se ha traducido en una reducción peligrosa de los niveles de libertad y pluralidad en los que los ciudadanos desarrollamos nuestras actividades, tanto personales como sociales, día con día.

Según el informe “The Freedom in the World 2022” elaborado por la organización Freedom House, en 2005 el 46 por ciento de la población mundial vivía en entornos de libertad asociados a sistemas democráticos con una amplia gama de libertades reconocidas y tuteladas para todas las personas. En ese mismo año, el 36.1 por ciento de la población vivía en entornos “no libres”, ligados a la existencia de regímenes autoritarios y dictatoriales. El restante 17.9 por ciento de los habitantes del mundo vivía en ecosistemas sociales “parcialmente libres”, vinculados a sistemas democráticos en construcción o híbridos, con una combinación entre normas de corte liberal y sistemas políticos con reminiscensias autoritarias.

Si damos un vistazo a la situación actual, el mismo análisis nos muestra los siguientes datos para 2021: el 20.3 por ciento de la población vive en ambientes de libertad (lo que expresa un descenso del 25.7 por ciento respecto a los datos de 2005). El 38.4 por ciento vive en sistemas de libertades anuladas o autoritarios (hecho que significa un incremento del 2.3 por ciento respecto al mismo año). Y, el 41.3 por ciento de los habitantes del mundo vive ahora en ambientes parcialmente libres (Esto expone un incremento de 23.4 por ciento de personas en este segmento).

Tales variaciones nos dejan ver que actualmente, ocho de cada diez personas en el mundo viven en países cuyas condiciones los ubican en esquemas de libertad parcial o totalmente anulada, cuando en 2005 ese número era de 5.4 personas. En

resumen, de 2005 a 2021 -16 años- 2.6 personas por cada 10 pasaron a vivir en una situación donde carecen de libertades o estas se ven amenazadas, limitadas u oprimidas.

Una de las principales explicaciones del deterioro de la libertad en el mundo, como se menciona al principio, es la ubicación en las coordenadas del poder político de lideres o movimientos populistas. Hecho que significa un debilitamiento de la democracia como el régimen que asegura la mayor lucha para hacer prevalecer las libertades y derechos de los individuos sobre la sombra de la <colectividad>.

Según el estudio sobre el cual nos fundamentamos (mismo que obtiene datos de 195 países y 15 territorios por todo el mundo), en 2022, el número de naciones cuyos indicadores democráticos han decaído, superó en más de 50 por ciento al numero de estados cuyos mismos indicadores mostraron mejoras (60 frente a 25).

La amenaza a la libertad de las sociedades representa, al mismo tiempo, el debilitamiento de esfuerzos globales y locales contra fenómenos como el cambio climático, la lucha por la igualdad de hombres y mujeres, la disminución de la pobreza y la generación de mejores condiciones de vida para el grueso de la población, el desarrollo de los países y la estabilidad política mundial. Basta recordar el negacionismo de Trump o Bolsonaro frente al cambio climático o el Coronavirus.

Herramientas como el internet e instrumentos como las redes sociales, nos han hecho pensar que hoy somos sociedades e individuos más libres, organizados y “conectados”. Fenómenos como la Primavera Árabe parecían ser el emblema de tal ola libertaria y de esa nueva forma de movilización social, aparentemente efectiva a la hora de liberar a la población de la opresión.

No obstante, casos como el de China y su férreo control digital, nos dejan ver que esas mismas herramientas se vuelven atávicas y nos colocan bajo el ojo controlador del Estado, generando toda una serie de datos y metadatos que fortalecen las cadenas y sistemas de control, manipulación y determinación de la conducta humana. Metodologías que hoy son ocupadas desde el ámbito corporativo y gubernamental.

La libertad es un valor absoluto y una condición elemental para que el mundo, en su conjunto, pueda avanzar hacia mejores escenarios. Los individuos libres son los únicos capaces de salvar a la mente de cualquier atadura para generar las mejores ideas y las mejores expresiones de la capacidad, el ingenio y el intelecto humano.

No podemos dejarnos atrapar por las trampas de la demagogia y la retórica que nos roban la libertad y nos dejan en la indefensión de la dependencia, absoluta, hacia una estructura burocrática que anula el talento humano y lo condiciona a la ideología del movimiento gobernante en turno. Los retos que la humanidad enfrenta, necesitan de la individualidad que prolifera en la libertad, para obtener las soluciones más efectivas a dichos desafíos y problemáticas.

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