OPINIONESPORTADA

“Lamborjimmy” o el gigante ha muerto

Adrián Vázquez Parra

No me cabe la menor duda de que el deporte es una de las prácticas que mejor reflejan la idiosincrasia, organización, valores, actitudes, intereses y (auto)percepción de las sociedades modernas. Así mismo, la práctica, y, sobre todo, la política deportiva de un país, refleja el lugar que este cree que tiene o debe tener dentro de la comunidad internacional. Al fin, como se ha dicho, el deporte es una especie de guerra sin armas donde el vencedor siempre se impone ante sus contrincantes.

Durante la Guerra Fría, uno de los principales campos de expresión de la lucha entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, fue el ámbito deportivo. La lucha por tener a los mejores atletas, obtener los mejores resultados, la mayor cantidad de medallas y éxitos, tanto en la esfera individual como colectiva, en suma, estar siempre por encima del otro, fue la brújula que orientó no sólo la práctica, sino la política deportiva de ambos países.

Al estilo soviético, la férrea formación de talentos jóvenes, con las estrictas reglas, controles y metodologías muy propias de los sistemas autoritarios, siembre bajo la tutela del Estado controlador, le valió a la URSS una muy buena cosecha, por décadas, de triunfos deportivos. Del otro lado, con las reglas de mercado, bajo un sistema democrático que garantiza las libertades; las habilidades y potencial de muchos deportistas le permitió a Estados Unidos posicionarse también como una sólida potencia deportiva a nivel mundial. Y así, la guerra se expresó con mayor fuerza en los deportes que en los campos de batalla.

Hoy en día, parece que el fútbol es uno de los nuevos espacios de competencia entre México y los Estados Unidos. Los enfrentamientos entre las selecciones nacionales y las competencias entre los clubes de ambas ligas, le han dado a la rivalidad un sabor especial, aderezado por la cada vez más evidente ventaja que las escuadras estadounidenses toman sobre las alineaciones mexicanas. La acumulación de victorias consecutivas de la selección de las barras y las estrellas -triunfos en finales principalmente- sobre el equipo mexicano, han hecho cuestionar severamente la supremacía mexicana en el área de CONCACAF.

A lo anterior, tenemos que sumar que los equipos de la, aún en desarrollo, liga de fútbol de los Estados Unidos, la MLS, toman cada vez más fuerza y le hacen pasar mayores aprietos a los equipos de México. No vayamos muy lejos, como usted bien sabe querido lector, hoy está en curso la “Leagues Cup”, cuya final se jugará el próximo fin de semana. Sobra decir que a la final de dicho torneo arribaron dos conjuntos de la MLS.

Desde el inicio del torneo, algunos de los técnicos de los equipos mexicanos expresaron quejas contra el arbitraje. Los equipos manifestaron inconformidades por la logística del torneo -viajes largos, partidos únicamente en estados unidos-, los medios de comunicación señalaron la falta de congruencia al suspender casi un mes la liga local para jugar de lleno un torneo internacional -el cual ha sido señalado

por la FIFA, que cuestiona la oficialidad del torneo, principalmente por la posible parcialidad de los árbitros-.

Por otro lado, la afición señaló su inconformidad al no poder ver los partidos por la televisión o los canales comunes. Además, según dimes y diretes de comentaristas y analistas, el verdadero beneficio económico fue para la liga de Estados Unidos y sus equipos. En suma, el fútbol mexicano no sólo perdió en la cancha con este torneo, también en el escritorio y en sus arcas.

Algunos miembros de equipos mexicanos, ya sea jugadores, cuerpo técnico o directivos, han señalado incluso que el ambiente para ellos ha sido hostil. Vaya que han resultado muy susceptibles. Si ese clima les parece aguerrido, ¿que sería si jugaran en “El Monumental” de River o en “La Bombonera” de Boca, en Argentina? ¿Cómo sentirían el ambiente en Uruguay, en Paraguay o Brasil, jugando bajo la dirección de silbantes de CONMEBOL? Esos, si recordamos, eran escenarios, condiciones y circunstancias más que adversas.

Lo cierto es que más allá de todos los alegatos de los miembros de la comunidad futbolística de nuestro país, este torneo también ha evidenciado nuestras carencias y atraso, principalmente técnico y táctico. Nuestros equipos practican un juego de pelota lento, con poca o nula verticalidad, baja intensidad física, dispersa precisión, baja efectividad y, en conjunto, poca emoción.

Durante años se han señalado los problemas, vicios y defectos de nuestro fútbol, su organización y diseño institucional. La falta de ascenso y descenso, torneos cortos con liguillas que son un buen negocio pero no fomentan la competitividad, sistema que promueve la mediocridad, exceso de jugadores no nacidos en México, corrupción, encarecimiento de jugadores y sueldos muy altos, multipropiedad, control de una sola televisora sobre la selección, etc… etc. Todos estos males, afectan a nuestro deporte y, en este torneo, muchos de los perjuicios y efectos negativos se han hecho evidentes. Quizá si existieron condiciones que beneficiaron a los equipos de la MLS, pero, sin duda, el mayor malestar que padece nuestro fútbol, se gesta en su interior.

En 1994 Estados Unidos albergó una Copa del Mundo de Fútbol, lo hizo como país con una liga incipiente, prácticamente inexistente. Una de las condiciones de la FIFA para otorgar a nuestro vecino la sede del mundial, fue la de instituir y desarrollar una liga competitiva, fuerte y atractiva. Casi tres décadas después, parece que van por buen camino. En cambio México, que en ese momento tenía una marcada superioridad sobre sus rivales de área, hoy parece estar estancado y, peor aún, haber retrocedido. Sobra decir que la participación en Catar 2022 ha sido la más triste de las últimas décadas.

La liga de fútbol de los Estados Unidos, soccer como ellos le llaman, es un reflejo claro de sus valores, principios y de su propia percepción ante el mundo. Orden, Estado de Derecho, legalidad, competitividad y éxito, son los valores sobre los que está fundada su práctica deportiva y que se expresan en sus participaciones. En nuestro lado del Río Bravo, el fútbol refleja, de alguna modo, el momento que

vivimos como país, un México extraviado, que pierde influencia en el mundo, con talento que no es aprovechado, en desorden, sin la capacidad de competir ante los mejores del mundo.

Esperemos que el “lamborjimmy” no sea sólo un espejismo más y, por el contrario, sea el inicio de una reestructuración institucional y la base de la construcción de un proyecto futbolístico que nos devuelva la emoción, el orgullo, y que refleje la realidad de la gran mayoría de los mexicanos, que no sólo albergan talento, sino también entrega, determinación y hambre de éxito.

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